balada de jazz

4 Jul

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Balada de Jazz
Control. El momento es denso y se respira. Sonidos oscuros y obsesivos son disparados de cada poro del instante. La inmensidad conspirando contra mi alma, mi existencia, dibuja llamaradas en el reflejo de la lluvia. Todo ocasionado por llamar a la puerta, por entender el presente. No soy mas que una copa de vino regada en el suelo. Las imágenes luchan contra mi y me muestran realidades; bendición a la visión. Los olores tornan todo el alrededor en una atmósfera de paz, paz inconsciente, paz divina. Y los sonidos cambian y varían como el viento viajando entre ciudades de humo, ciudades malditas. El sabor de la noche, lúcida y complacida con existir, con ver, con producir todas aquellas sensaciones posesivas y llevaderas que no paran de drenar el éxtasis.
Y esto es estar vivo.
Me doy cuenta entonces que aquel señor campante, que sonríe siempre en la esquina, sabe esta misma noche que le quedan dieciséis horas de vida. Horas campantes como el amo, el suicida. Manuel (indiferente es el saber), entrará en mi habitación en los próximos tres minutos y traerá consigo sus malditas horas de vida. Y el tiempo sigue, y ya son quince, doce.
Y el señor Manuel reniega la existencia, la extraña, la siente irse con sus sueños frustrados, la siente penetrar en el corazón de su mujer, la siente desvanecerse entre la niebla. ¿Y que hago yo por Manuel? , le ofrezco ponerse unos lentes de sol aunque sea pasado el atardecer, le invito a ponerse una ilusión de perecer brillando y le sugiero acostarse con una dama. Pero Manuel no escucha, Manuel se pierde.
Inesperadamente una balada de jazz empieza a sonar desde aquel aparato sony de larga existencia. Los bajos penetran en Manuel y lo hacen por un minuto olvidar el perecer. Pobre Manuel, aún siente el jazz como si fuera su aire, su musa cruel.
El reloj sigue y Manuel también. Y como si fuera poco mi cerebro decide desvanecer. La figura arrugada y afligida, y de pronto la sonrisa valiente pero pérdida. Todo esto en la cara de Manuel, el dulce ser Manuel. Que por fin encontró su limbo y ahora piensa en ser. Y es como el pájaro que le canta al sol, brillando, dulce luz en su piel. Ha logrado entender y empieza a florecer. Dicen que las cosas mueren naciendo, y lo dicen por algo, lo dicen de adentro.
Pero el tiempo es implacable y decide aparecer. Y es curioso porque sientes su presencia justo cuando los colores empiezan en su desvanecer. Me despido de él, lo abrazo y lo siento. Siento lejano ya su respiro. Cuando decido reaparecer en el mundo de los cuerdos llamo a Gabriel y lo invito a quemar el traje entero de Manuel. Inmediata su llegada iniciamos el rito, el infinito y despedimos a aquel hermoso ser.
A lo lejos, certera y precisa, la luna piensa en Manuel. La noche se convierte en él, y yo respiro la victoria de otro fiel. La celebración apenas comienza, ha acabado el ciclo de otro ser. Liberado, apasionado, así murió Manuel.
Libertad en el alma, libertad en la piel.

Javier Arce, julio 2008

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